Hoja en blanco



Retadora, imponente, contestataria.

Aún recuerdo aquellos momentos de consumir lecturas y lecturas en la biblioteca pública cercana a casa, rara vez fui realmente aplicado a un libro completamente, había tanto conocimiento por consumir, al fin y al cabo, adicto. Pasé buenas tardes resolviendo los acertijos de Alicia en el país de las adivinanzas, libro por excelencia para el desarrollo de la lógica básica, luego me cambiaba de silla a un lugar más tranquilo: la planta alta con sillas dispuestas alrededor de la gigantesca cavidad central lejos de miradas curiosas donde leí con pudor y lujuria algunas excelentes secciones de Filosofía en el tocador replicando de manera involuntaria en mi cuerpo aquellas sensaciones que marcaron en mí la experiencia de saber que la lectura trasporta hasta el clímax la mente, el alma e incluso los cuerpos. Consumí libros de teología, sociología, filosofía e historia. Recorrí las secciones de física de la mano de Carl Sagan y Stephen Hawking (hasta escribir su nombre sin recurrir a Google), entre algunas matemáticas, álgebras y algo de cálculo.

Como mínimo lo que obtuve de tan feliz primera juventud fue convertirme en una persona con buen manejo de diversas temáticas según la necesidad. Seguir una conversación oral o escrita, encontrar sus lógicas y sobretodo confrontar sus incoherencias. La biblioteca fue mi refugio y mi centro durante años, conocí la poesía e identifiqué mi incapacidad de expresar de manera coherente sentimientos a manera de prosa, razón por la cual no escribí poemas de amor (bueno envié alguno plagiado de Neruda), más bien escribí cartas de amor, esas se me daban mucho mejor. En mi refugio no me especialice en algo completamente, consumí de todo un poco, libros de las más extrañas o simples contenidos me atraían: ¿por qué no aprender a leer las líneas de la mano?; ¡Tintin! me consumió horas en la sala de niños (no existía la sección de cómics); psicología, mente, comportamiento; Jung, Nietzsche (aunque a este aún olvido ponerle la s); Marx me aburrió desde aquel tiempo aunque lo leí, sus discursos comunistas normativos, dogmáticos, como quien quitara la oportunidad para ser controvertidos no fueron lo mío; quizás considere más valioso, práctico y revelador la lectura que hice de la historia de las relaciones diplomáticas en Colombia, a través de sus cartas, viajes y relaciones, desde la época de la independencia a la actualidad del momento.

Hoy día, habiendo recorrido muchas lecturas con un poco más de juicio, quizás con lecturas suaves como la chica del tren o escrito en el agua, concentrándome una mínima más en De la estupidez a la locura o definitivamente absorto, perdido y asombrado con Gasset y su hombre-masa entre muchos otros; habiendo entregado mi ser a nuevas adicciones, recorrido cuerpos, mentes, corazones y almas; habiendo mentido, sufrido, llorado, reído, gozado y con ganas de nuevos placeres, revelaciones, transformaciones y conocimientos, con la eternidad por delante, puedo tomar prestado de algún escrito pasado para construir un futuro epitafio, que no pienso usar aún, la frase: He vivido y he sabido vivir bien.

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